La adolescencia del joven David se complica: su padre, que hasta hace poco vestía con traje y corbata, se afeita la cabeza para hacerse apóstol del primer maestro budista zen del país. Son los años ochenta y el zen todavía no se ha convertido en una afable receta oriental de bienestar interno, ofertada en la sección de libros de autoayuda de las grandes superficies comerciales. El joven David pasa del desconcierto y la angustia iniciales, a advertir las fragilidades, pequeñas miserias y tartufismo espiritual de un excéntrico colectivo.
A su modo, el relato retoma la ilustre tradición del modelo narrativo evangélico. Aunque en este caso, no se trata de un evangelio según un apóstol, sino conforme a la mirada —incrédula e irónica— del hijo de un apóstol.
Zen en Las Vegas es un relato satírico en el que se reflexiona sobre la fe y las creencias.
Como acostumbra a suceder con las sátiras, la historia y el doble sentido de algunos de sus personajes —como Harucho Quesada— tienen ese toque que conseguirá arrancarnos más de una risa o una reflexión.
Un retrato de la España de la Transición desde un punto de vista original y un tema muy de actualidad como es el choque entre la España rural y la de ciudad.