Séptima entrega de «Pijas y divinas», una saga gamberra y divertida, con una trama repleta de erotismo y mucho humor.
Hace ya tiempo que dejé atrás mi apodo de marquesita (cosas de instituto pijo) para centrarme en mi carrera profesional como periodista, cosa que a mi familia no le hizo mucha gracia pero que, al final, aceptó. He trabajado duro para que mis apellidos queden al margen y se me valore por mí misma.
Mi sueño era lograr formar parte de la dirección del periódico por el que tanto había sacrificado. Sin embargo, me llevé un jarro de agua helada cuando el director me dejó fuera e incorporó a los puestos de mando a un extraño, un enchufado con el que pronto surgieron desavenencias; un tipo sarcástico e insufrible al que le pusimos varios motes, entre ellos, «el sádico del rotulador rojo».
Y ahora, cuatro años después, la historia se repite.
Ha quedado vacante el puesto de director y, ¿a que no imagináis quiénes son los dos candidatos?
Exacto, él y yo.
Guerra sin cuartel.
Todo vale.
Esta vez no me van a dejar fuera.
El puesto es mío, me lo merezco.
La autora consigue plasmar a la perfección los deseos y las emociones de todos los personajes.
La novela tiene un estilo cercano y sencillo, y está narrada en primera persona por la protagonista.
Los protagonistas son dos polos opuestos procedentes de clases sociales distintas, cuyo único propósito es demostrar su capacidad para ocupar la dirección de un periódico.
Una historia romántico-erótica salpicada con escenas muy cómicas y gamberras.
El grado de erotismo es explícito, variado y sin tabúes o complejos.
Los personajes están muy bien definidos.