En los últimos cuarenta años, la democracia española se ha consolidado y homologado con el resto de las democracias avanzadas. El país ha pasado a formar parte del núcleo de la Unión Europea y se ha modernizado y ampliado su Estado del Bienestar. Pero la crisis financiera que estalló en 2008 pronto se convirtió en una crisis política y social que produjo una ruptura en el tejido del país. Su primera expresión fue el movimiento 15M, que combinó un hartazgo comprensible con un maximalismo que denunciaba que PP y PSOE eran lo mismo.
El PP recuperó el Gobierno en el año 2011 y lo revalidó cuatro años después, pero a partir de 2014 surgieron en la escena nacional Podemos y Ciudadanos. El Parlamento español pasó de ser un bimotor a ser un cuatrimotor. Por otro lado, el fracasado Procés independentista de Cataluña no fue ajeno a este proceso de reconfiguración de un país que hoy, a pesar de la recuperación económica, sigue viviendo en una enorme incertidumbre.
Si el 15M contribuyó al fin del bipartidismo —dañando más al PSOE que al PP—, el Procés supuso la ruptura en dos de la sociedad catalana y una reacción del resto de los españoles alrededor de la identidad y los símbolos nacionales. Esta crónica de primera mano, apasionada pero cerebral, relata esta larga y dolorosa transformación y propone una discusión sobre cómo debemos gestionar nuestro futuro inmediato.
En democracia, los estados de opinión de las mayorías son los que, dentro del marco legal, toman decisiones. Y los medios de comunicación de masas son los creadores de opinión más importantes en la sociedad actual. Por ello, las profundas transformaciones políticas ocurridas en España durante la última década han tenido lugar bajo el enorme influjo de la televisión.
Han sido años de “telepolítica”. Si antes de la crisis las mañanas televisivas eran espacios de bajo coste para audiencias pasivas, tras ella —y en buena medida gracias a La Sexta— se convirtieron en el escenario central de la batalla por las audiencias y la influencia política. De ahí, se pasó a la televisión política incesante.
Pero la “telepolítica” no se limita a informar o comentar sobre la actualidad. Es un actor político en sí mismo, que genera realidades, acorta los tiempos de negociación y, en definitiva, cambia los términos en que, para bien o para mal, se hace política. La “telepolítica” y los hashtags de Twitter han transformado para siempre una política que en la última década vivió al borde del abismo económico, la fragmentación social, la ruptura del bipartidismo y se enfrentó a un Procés independentista tan fallido como perturbador.